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NEUROÉTICA: ¿Es posible una fundamentación neurobiológica del razonamiento moral?

Actualizado: 1 oct 2021






Dr. Edmundo ESTEVEZ M.

Profesor Principal Carrera de Medicina Universidad Central del Ecuador. Especialista en Ciencias Básicas Biomédicas. Máster en Bioética y Derecho por la Universidad de Barcelona






La neuroética es una disciplina joven. Suele situarse su nacimiento en un congreso celebrado en San Francisco en el año 2002 dedicado a las relaciones entre la ética y la neurociencia (aunque la expresión «neuroética» ya se venía usando). A partir de ese momento han proliferado congresos, publicaciones, instituciones y cátedras sobre este tema. En realidad, la expresión «neuroética» sirve para dar cuenta de dos tipos de investigaciones, que es útil (aunque no siempre fácil) distinguir: la ética de la neurociencia, una parte de la bioética que trataría de establecer un marco ético para las investigaciones neurocientíficas y sus aplicaciones; y la neurociencia de la ética, el estudio de la conducta ética desde el punto de vista de las investigaciones sobre el cerebro. Por ejemplo, son problemas de la ética de la neurociencia los siguientes: si está justificado o no el uso de los descubrimientos neurocientíficos para la mejora de las capacidades mentales o sensoriales de los humanos (el llamado «transhumanismo»); en qué condiciones es legítimo el uso en los tribunales de pruebas basadas en técnicas neurocientíficas (como la prueba P300 o brainfingerprinting, que permite determinar si el sujeto miente observando las variaciones en las ondas cerebrales ante ciertos estímulos); qué valor en relación con la atribución de responsabilidad hay que conceder a determinadas disfunciones cerebrales; o si es correcto —y en qué casos— usar técnicas de control de la conducta basadas en conocimientos neurocientíficos. Y son problemas de la neurociencia de la ética los siguientes: la discusión general sobre el libre albedrío y su relación con la responsabilidad; la cuestión de si nuestra actividad cerebral en el momento de tomar decisiones morales apunta más al deontologismo, al consecuencialismo o a una ética de las virtudes; el análisis del papel de la oxitocina o de las llamadas «neuronas espejo» en nuestra conducta ética; o si la neurociencia puede fundamentar conclusiones normativas acerca de la corrección de nuestros juicios morales. La cuestión planteada respecto a —si nuestros juicios morales proceden de la razón o de las corazonadas (intuiciones y emociones)— es, igualmente, un problema de la neurociencia de la ética (González, 2017).

Afirmar en el siglo XXI que la ética debe ser universal es una obviedad y son justamente las neurociencias las que nos darán las bases para ese universalismo porque nos permiten adentrarnos con precisión hermenéutica en los resquicios de la conducta humana, del obrar moral de las personas. La ciencia busca descubrir una estructura moral universal que module en las diferentes culturas para hacer frente a los retos universales que plantea el mundo moral (Cortina, 2011).

El cerebro humano es un cerebro emocional que hace todo de una manera ni completamente racional ni completamente irracional. Las emociones son mecanismos adaptativos que nos permiten identificar signos objetivos. Así, en respuesta a ciertos estímulos, nuestro cuerpo reacciona para elaborar respuestas de comportamiento. No debemos confundir emociones con sensaciones (percepciones de estímulos exteriores transmitidos a nuestro cerebro. Una sensación puede ser el origen de una emoción. Las emociones tienen un objeto y una causa, que no siempre serán las mismas. Ellas duran en el tiempo y motivan acciones subsecuentes. El amor, el odio, el miedo, la cólera, la gratitud, la indignación, los celos, la envidia, el resentimiento, la piedad, la compasión, la culpabilidad, la vergüenza, el orgullo (el amor propio), el pesar o cargo de conciencia, el remordimiento, etc. Las características más evidentes de las emociones es su carácter universal. La expresión de las emociones primarias como el miedo, cólera, alegría, y disgusto, gozan de un reconocimiento universal. Las emociones viajan por precisos circuitos y encrucijadas neuronales. La amígdala es uno de esos puntos de convergencia. Se representa como dos cúmulos de células en forma de almendras ubicados profundamente y por debajo del córtex cerebral, en la parte anterior del lóbulo temporal. Se encarga de recibir información del tálamo, hipocampo, núcleo acumbens, córtex órbito-frontal, piriforme y cingulado, los ganglios basales y también del tronco cerebral (Chneiweiss, 2019).

El ser humano a diferencia de los animales o los ángeles, como decía Dante Alighieri, a propósito del lenguaje, ha sido dotado de una característica que el resto de los seres no necesitan para regularse: los unos porque están sometidos a las fuerzas de la naturaleza, los otros por estar situados por encima de ella. Este don particular de la especie humana, es la conciencia moral, la cual tiene que aprender a regular (normar) las tendencias naturales en un contexto social donde debe regir la convivencia armónica, pacífica, creadora y de solidaridad humana (Hauser, 2008); (Villegas, 2011).

Uno de los rasgos esenciales en el diseño de la maquinaria moral es un programa (código moral y conectomas) que le permita excluir los actos inmorales. El programa esta escrito en forma de imperativo, estructurado como una regla o mandato moral (Hauser, 2008). En fin, reconocer el papel de las emociones y los sentimientos en la formulación de juicios morales y en la vida moral en su conjunto es parte fundamental de los estudios actuales y nuevos desafíos en neuroética. Los aportes en éste campo realizados por Antonio Damasio y otros, aportan luces a las sombras de un pasado especulativo y metafísico. Se comienza a entender la ética como un conjunto de intuiciones o emociones vinculadas a la evolución humana y sustentados por mecanismos neurobiológicos específicos, cuya función es garantizar la supervivencia de la especie (González, 2017).

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