MSc. Iván Cevallos Miranda
CIRUJANO GENERAL - FACS
Cuando miro el triste panorama de la salud pública en Ecuador, signado por la desidia del poder político para proseguir un camino de largo aliento y más bien optar por los redescubrimientos demagógicos “a saltos y a brincos”, me viene a la memoria la reflexión de Francis Scott Fitzgerald (“El curioso caso de Benjamin Button”) cuando nos plantea que “nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso las que perdemos”. Y es que una larga década con la bonanza más significativa de toda la historia del Ecuador republicano, lejos de constituir una oportunidad para construir un verdadero modelo unitario de salud, fue la pérdida más olímpica gracias a la visión distorsionada, estrábica, populista, política y nada técnica de la revolución ciudadana. Se salvan del concepto los menos de cinco funcionarios que estuvieron como encargados o que arribaron con ganas de aportar, pero fueron desbordados por la improvisación del resto.
El período se inauguró con un claro aviso de lo que era poner recursos en malas manos. La compra de carricoches convertidos en ambulancias, el precio exagerado de los hospitales móviles, entre otras situaciones, así lo demostraron. Tan ostentoso fue el desprecio, que llegaron a nombrar ministra de salud a una persona titulada en Historia con un resultado predecible: funesto. Pero también hubo médicos que ejercieron la titularidad, con casi ninguna diferencia frente a la historiadora. Pero cuando pensamos que la era del correísmo -con sus petulancias y arbitrariedades- por fin terminaba, nos vimos sacudidos por la realidad: nada cambiaba, nada cambió y dudo mucho que algo cambiará.
La ratificación de Verónica Espinosa Serrano en el gabinete de Lenin Moreno Garcés fue el pregón anunciando que el statu quo se mantendría inalterado. Como lo he dicho en público y en privado, no cuestiono la edad de Verónica (ser joven no es sinónimo de incapacidad) y reconozco en ella su inteligencia. Pero por desgracia, cuando valoramos un momento político no nos remitimos a la persona con sus cualidades, sino al desempeño vinculado a una posición ideológica a la que cualquier persona que sea investida como ministro, tiene que irremediablemente suscribirse. Y ese fue el caso de la exministra. Fiel a la doctrina populista autocalificada de “socialismo”, siguió las pautas del engendro veleidoso que presidió el gobierno: construcciones por doquier, buen verbo para disimular los retrocesos en varios indicadores del oprobioso vínculo enfermedad/pobreza (bocio, tuberculosis, desnutrición, obesidad, diabetes...), mirada esquiva frente a la corrupción del entorno, horribles actitudes frente a situaciones graves para los médicos (como el silencio de yacija ante esa infamia que fue el COIP o sus declaraciones acusando al gremio de “politizar” el reclamo por la injusta condena y prisión de Carlos López), ínfulas de deidad en esta ínsula de parroquianos... Ratificada por el heredero de Correa, Verónica giró de forma rápida para dar la espalda a su inocultable pasado político y llego a tuitear que “con el actual gobierno se había recuperado la decencia”. Sin un ápice de rubor le “sacó la lengua” a su exjefe y de paso dio por sentado que ese fue un gobierno indecente. Por supuesto que fue indecente, pero ella fue parte de ese gobierno. Y durante largos años.
Cuando el presidente Moreno retomó la convocatoria a las mesas de diálogo, se consideraron varios temas trascendentales para el momento y el futuro del país. La salud no fue incluida en esta nueva ronda de acuerdos y el ministerio fue el protagonista de un silencio estrepitoso frente a la ninguna importancia que el régimen, una vez más, le brinda a la salud. Uno de los desatinos más notables fue la propuesta de Código Orgánico de la Salud en donde la verdad oficial no permitió ninguna voz disidente y eso traerá consecuencias cuando los asegurados, por ejemplo, se percaten de que sus aportes para salud pasan a manos del Ministerio de Salud Pública, gracias a la visión ideológica del aseguramiento universal convenientemente confundido con lo que es la seguridad social. De esa manera, la exministra allanó el camino para que un Estado irresponsable endose la atención más costosa de la salud a una instancia que no le pertenece -como es el IESS, en tanto este es constitucionalmente autónomo- con el claro afán de esquivar lo que es su obligación.
Al momento está en curso un juicio político contra la doctora Espinosa, acusada de incumplimiento de sus funciones. Esperemos a conocer cómo la exministra explica varias circunstancias que deben ser aclaradas en beneficio de la salud moral del país. ¿Se cumplirá aquello de que “inocente es quien no necesita explicarse”, como propuso Camus?
Pero el limbo histórico del Ministerio de Salud Pública prosigue. Tras la renuncia de Verónica Espinosa no hay ministro titular, reflejo evidente del escaso valor que tiene este sector frente a otros “más rentables”, como la minería o la deforestación maderera. Grave error conceptual que no le pasará factura a Moreno y sus ministros, sino a los ecuatorianos del futuro, porque el deterioro de la salud es causa de subdesarrollo y éste -a su vez- eterniza la dependencia y nos convierte en neocolonias de los países más poderosos.
Tan es cierta esta afirmación, que se encarga el ministerio a la doctora Catalina Andramuño, un enclave del más recalcitrante correísmo, cuyo debut fue una pincelada adicional de cómo el gobierno mira a la salud: nombró en la Coordinación Zonal 1 a un profesional venezolano. Primer paso y primer desatino. Así es como estamos: “si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie” (Tomasi de Lampedusa, El gato pardo”). ¿Y ahora... hacia dónde marchamos?
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