Dra. Jacqueline Bonilla Merizalde Ph.D
Subdecana de la Facultad de Ciencias Médicas UCE.
La pandemia del coronavirus decretada por la Organización Mundial de la Salud, se convierte en un gran reto humano para los países afectados por sus múltiples contagios. Además, se entiende como un gran desafío profesional y ético en una realidad que presenta pobres presupuestos sanitarios, falta de recursos e insuficiente personal -y mal remunerado- como también un gran reto para los investigadores que hacen todos sus esfuerzos y en el menor tiempo posible para encontrar tratamientos y/o vacunas.
Los dilemas éticos que se plantean a cada persona, en su condición de ciudadano y como un ente social interdependiente, se refieren a cómo cada uno debe enfrentar esta pandemia.
Como seres humanos necesitamos tomar decisiones en relación a la manera en que llevamos nuestras vidas. En este tiempo, especialmente, frente a la posibilidad de poder contagiar a otros, a asumir y a aceptar varias restricciones en nuestras actividades cotidianas que, sin duda, constituyen un verdadero problema para el cumplimiento de metas, intereses y proyectos personales. Por otra parte, nos vemos en la obligación de aceptar las directrices que las autoridades determinan en base a prioridades supuestamente establecidas con criterios de justicia sanitaria.
Entre las medidas necesarias que cada gobierno implementa se incluyen por ejemplo determinar centros de atención centinela para casos confirmados, priorizar ciertos servicios médicos necesarios y postergar otras prestaciones de salud. Por otro lado, se ha forzado a la población a modificar sus sistemas de vida con respecto a movilización pública, suspensión de clases o de reuniones, y vivir periodos de aislamientos. Pero más complejas y más críticas son las decisiones que frente a la imposibilidad de responder a todas las necesidades, se vuelve imprescindible determinar a qué grupos humanos privilegiar en el acceso a recursos limitados de medicamentos exclusivos, hospitalización, ventilación mecánica o tratamientos especiales; qué difícil escoger quizá a los más críticos, a los más jóvenes, a los de mayor vulnerabilidad, a los que más producen, o a quienes trabajan en servicios de salud u otros servicios públicos fundamentales para el país. En estas dolorosas condiciones la actitud ética de los médicos y otros profesionales de la salud adquiere una relevancia especial y se convierten en dilemas que seguro marcarán sus vidas a futuro.
Por otro lado, es evidente que la pandemia puso al descubierto lo que en el mundo venía sucediendo, desigualdades económicas y sociales marcadas en cada realidad, entre países y hasta entre continentes. En este momento se impone una distribución justa y no que las naciones más ricas monopolicen los recursos en perjuicio de las más pobres. Vivimos una guerra comercial y una competencia egoísta por la adquisición de material sanitario con total falta de ética en medio de una crisis humanitaria.
De ahí que toda esta realidad nos obliga a replantearnos varios aspectos: estamos siendo exterminados por un enemigo invisible, el bien individual tendrá que cambiar, deberemos aprender a desarrollar una democracia participativa, aprender a ser ciudadanos con visión colectiva, aprender a ver la salud desde un punto de vista social, deberemos aprender a vivir con humildad reconociéndonos todos vulnerables, sabiendo que lo que nos depara el futuro será una vida más insegura y que requeriremos siempre la ayuda de los demás.
Esta circunstancia nos obliga a convertirnos en cuidadores de nosotros mismos y del prójimo, a prevalecer valores éticos como la solidaridad, responsabilidad, a superar los miedos y temores a volvernos a ver sin rencores, a caminar juntos y ser testigos de reencuentros, que nos comprometan a crear un mundo mejor, solidario y más seguro.
Como enfermera que soy quiero señalar que particularmente a medida que se propaga la epidemia, cada vez hay más colegas cuidando de pacientes enfermos y sujetas al estrés y a la presión que conlleva. De ahí que se vuelve fundamental cuidar de su bienestar físico y psicológico para que puedan continuar con su labor fundamental de proteger a los pacientes, sus familias y las comunidades en las que viven.
Finalmente, es momento de reconocer y valorar el trabajo de los profesionales de la salud que estuvieron allí dando sus vidas por los demás, y por sobre todo me siento inmensamente orgullosa por la manera en que las enfermeras a nivel global y particularmente las enfermeras ecuatorianas van venciendo todas las limitaciones y adversidades de nuestra realidad, están realizando sacrificios y poniendo a los pacientes en primer lugar a través del cuidado holístico que están brindando, al mismo tiempo que también se ha puesto de relieve el año del reconocimiento al trabajo de la enfermería y la necesidad de contar con más enfermeras en el mundo, también en puestos de gestión y liderazgo, avaladas por su formación profesional científica, técnica y humana como también por el desempeño trascendental durante esta pandemia. En hora buena al conmemorarse el día internacional de nuestra noble profesión.
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