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¿UNA NUEVA FILOSOFÍA DE LA MEDICINA EN EL SIGLO XXI?

Dr. Víctor Manuel Pacheco

Redbioética UNESCO

Presidente de la Comisión Nacional de Bioética en Salud


A la vista de las muchas causas explicables o inexplicables de la enfermedad, de su historia natural o modificada, y de su final, los humanos hemos requerido para enfrentarlas de teorías, métodos y prácticas, más apremiantes que los de la ciencia teórica o el saber mágico puros.

En el alba de la medicina la experiencia de padecer una enfermedad o dolor, y el desconocimiento de sus mecanismos fisiológicos determinaron la confluencia entre la medicina secular y los ritos de sanación mágica o sacra. Y en la consecuente relación del hombre- medicina con el enfermo y con la comunidad de la que era parte: si lograba la curación era no solo un experto, sino que también un contacto con lo divino.

En las raíces de la medicina científica, en Grecia, las artes médicas que buscaban liberar del sufrimiento a los enfermos, disminuir la gravedad de las enfermedades, o abstenerse deliberadamente de intentar un tratamiento en quienes se ven abrumados irreversiblemente, fue vista como una disciplina integrada al marco mental de la polis: el pensamiento médico y el filosófico interactuaban entre sí.

Desde entonces las formas en que los médicos han tratado con las comunidades, con los pacientes, con la naturaleza y el cuerpo humanos han sufrido alteraciones y mutaciones: de la funcionalización del cuerpo de Galeno, a la cumbre de Avicena, a la medicina de los claustros, la fisiología experimental de Harvey, la iatroquímica y la iatromecánica, la patología celular de Virchow, hasta la medicina basada en la evidencia de Lind y Cochrane y, más acá, a la medicina basada en la reflexión.

En el inicio del siglo XXI el desarrollo de técnicas solo imaginadas de imagen corporal, la incorporación de la predicción probabilística, la biología molecular y su posibilidad real de alteración de la naturaleza humana, las neurociencias con la comprensión de los algoritmos modificables desde la tecnología de la conciencia, los deseos y lo que podríamos definir como alma, y la comprensión de la determinación social de la salud, están gestando –y pariendo- una nueva medicina. En ella deberían seguir siendo elementos para la construcción de su filosofía la consideración del paciente como individuo, la experticia en el tratamiento práctico efectivo, así como la consideración de la posibilidad de modificar al ser humano, su entorno y su descendencia. Y también la necesidad de una visión integradora de la naturaleza y de la estructura socio-económica y cultural en la determinación de la salud, con el individuo como elemento interactuante en la sociedad particular y en la global.

“ En el Ecuador del 2019, con más de 30 mil médicos y 20 por 10000 habitantes (OMS-INEC 2014), los problemas mayores en salud siguen derivando de políticas públicas no satisfactorias por insuficiencia de recursos o distribución inadecuada de ellos ”

Queda claro sin embargo que hoy, como ayer, la orientación de la medicina no se corresponde únicamente con el conocimiento teórico en el sentido de ciencia, sino que su acción debe orientarse al objetivo implícito de la técnica, a su consideración como arte interpretativo de la realidad de enfermar, y como compromiso ético que requiere de presupuestos morales al servicio de valores y fines nacidos de la reflexión ética, y del desarrollo de los conceptos de solidaridad, suficiencia, seguridad y soberanía. Se trata de la búsqueda de una medicina con una mirada necesaria en la evidencia científica y en la tecnociencia que la acompaña, y otra en la narrativa y la biografía de la persona, en sus valores, deseos y en su inserción social y cultural. Impresiona que esta visión de la Medicina no se está asumiendo, o se hace en forma parcial, en las más de 15 facultades y escuelas formadoras de talento médico del país.

En naciones como la nuestra, consumidoras de ciencias, tecnologías y filosofías que no producimos, la salud debe explicarse como la capacidad de transformación de determinadas condiciones personales y ambientales en valores positivos, de tal forma que el ser humano, tanto individual como colectivamente, viva una existencia digna en la que su libertad de elección determine sus acciones; y la enfermedad, en cuanto valor negativo, como una situación de inmovilismo social o de in-dignidad en cuanto al ejercicio de la libertad.

En el Ecuador del 2019, con más de 30 mil médicos y 20 por 10000 habitantes (OMS-INEC 2014), los problemas mayores en salud siguen derivando de políticas públicas no satisfactorias por insuficiencia de recursos o distribución inadecuada de ellos, desequilibrio y desigualdades en la adjudicación de números y aptitudes, y orientación débil hacia la promoción saludable, la prevención y la bioseguridad. Destacan la insuficiente accesibilidad a la atención sanitaria oportuna y de calidad, la inequidad en recursos y tecnologías, la protección insuficiente de grupos en situación de vulnerabilidad o bien su reconocimiento tardío, la deshumanización de la práctica médica. En la etiología de estos –y otros- problemas también hay que señalar la responsabilidad de lo que ahora ha dado en llamarse “talento humano”, y en su formación que atañe al sistema de educación superior y sus Universidades.

A los 272 años del nacimiento del prócer Espejo es hora de pensar en esa nueva filosofía de la medicina en Ecuador, desde su pensamiento médico y desde la realidad líquida que vivimos, sin olvidar la relación entre la profesión médica y las expectativas individuales y sociales.




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