Pedro Isaac Barreiro. DM
Maestro en Salud Pública
El pasado 7 de abril se cumplieron 74 años de la fundación de la Organización Mundial de la Salud como parte integrante de la Organización de las Naciones Unidas, y desde entonces a ese día del año se lo denomina “Día Mundial de la Salud”. En 2022 los actos conmemorativos se cobijan en el lema: “Nuestro planeta, nuestra salud”, bajo el cual subyace un poderoso mensaje destinado a posicionar con fuerza la histórica, indiscutible y cada vez más documentada interrelación que siempre ha existido entre las condiciones ambientales y el nivel de salud y bienestar de la población mundial.
Solamente como ejemplo de esta interrelación, mencionaré que la OMS calcula que cada año se producen más de 13 millones de defunciones debidas a causas ambientales evitables y que más del 90% de las personas respiran un aire insalubre que es consecuencia de la quema de combustibles fósiles. Esas causas ambientales se refieren no solamente al tradicional concepto de “ecosistemas naturales”, sino, y sobre todo a las transformaciones que la actividad humana introduce en ellos, llegando a constituirse en verdaderos “socioecosistemas” como acertadamente propone Jaime Breilh.
A este deterioro del -no necesariamente saludable- ambiente natural se suman, cada vez con mayor fuerza, los productos y las consecuencias de permanentes procesos políticos y económicos prevalecientes en el planeta, que determinan y profundizan no solamente una inequitativa distribución de la riqueza, sino también una creciente asimetría en la disponibilidad y el acceso a servicios públicos de educación y salud que cierran y perennizan un círculo vicioso del que, paradójicamente y por los motivos señalados, parece imposible salir.
El lema para la celebración de este reciente Día Mundial de la Salud nos reafirma la vigencia de aquel viejo aforismo hipocrático (no científico, por supuesto) que sostiene que la adaptación al medio total es esencial para la salud y que es obvio que las enfermedades se presenten casi inevitablemente cuando los cambios en las condiciones son demasiado rápidos y violentos para permitir que los mecanismos adaptativos entren en acción.
Como afirma Dubos,¹ “después de un largo rodeo, la medicina científica está volviendo así al concepto unitario de enfermedad que los médicos hipocráticos percibieron intuitivamente hace 2.500 años. Cualesquiera que sean las quejas del paciente y los signos o síntomas que manifieste, cualesquiera que sean los problemas médicos de la comunidad, la enfermedad no puede ser comprendida o exitosamente controlada sin considerar al hombre en su ambiente real”.
En nuestro país la defensa del ambiente, como componente indispensable del esfuerzo necesario para la protección y el mantenimiento de la salud de la población, se refleja en el mandato constitucional consagrado en sus dos últimas Cartas Magnas como veremos a continuación:
Constitución de 1998: Artículo 86.- El Estado protegerá el derecho de la población a vivir en un medio ambiente sano y ecológicamente equilibrado, que garantice un desarrollo sustentable. Velará para que este derecho no sea afectado y garantizará la preservación de la naturaleza.
Constitución de 2008: Artículo 14.- Se reconoce el derecho de la población a vivir en un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, que garantice la sostenibilidad y el buen vivir, sumak kausay.² Se declara de interés público la preservación del ambiente, la conservación de los ecosistemas, la biodiversidad y la integridad del patrimonio genético del país, la prevención del daño ambiental y la recuperación de los espacios naturales degradables.
Para concluir este rápido -y por tanto insuficiente- repaso a un tema tan complejo, extenso y siempre actual, es recomendable tener presente que los estados de salud o de enfermedad y las posibilidades de supervivencia de todas las especies -ya sean vegetales o animales-, y de la naturaleza en su conjunto, considerada también como un organismo vivo, son expresiones del buen éxito o del fracaso de la capacidad de sus sistemas homeostáticos para responder y adaptarse a los cambios del “socioecosistema”, ya sean estos naturales o inducidos por cualquiera de ellos.
Incluir los procesos transformadores característicos de las sociedades humanas como componentes dinámicos del “ambiente”, le da mayor sentido y fortaleza al actual emblema de la OMS: “Nuestro planeta, nuestra salud”.
Referencias
René Dubos: Hombre, Medicina y Ambiente. Monte Ávila Editores. 1969
Sumak Kausay: Una nueva forma de convivencia ciudadana en diversidad y armonía con la naturaleza.
Comments