César Paz-y-Miño
Desde la descripción de la enfermedad causada por el virus SARS Cov-2 o conocido como Covid-19, se generaron muchas dudas en la población general. El conocimiento científico que normalmente es restringido a las personas que trabajan o desarrollan la ciencia, en poco tiempo fue asimilado por la población y el acceso a información sobre el Covid-19 fue muy insistente y fuerte en los medios, por lo que la población tenía acceso a lo que ocurría con la pandemia y cómo se comportaba el virus.
Pero el conocimiento científico rápidamente fue invadido por el conocimiento pseudocientífico o, peor aún, por el no científico. Al ser una enfermedad y patógeno desconocido, aparecieron diversos mitos sobre el Covid-19.
El primer mito fue el de la conspiración; quienes tomaron la bandera de esta teoría hablaban de que el virus fue creado por un laboratorio chino y diseminado intencionalmente en la población. La finalidad de esta contaminación provocada no está muy clara en esta teoría ya que la afectación directa de esta "mala intención" fue la propia población china y posteriormente la población mundial, hasta llegar a convertirse en una pandemia.
La teoría de la conspiración en algún momento tomó fuerza política y geopolítica al punto de que el mandatario estadounidense dejó entrever que efectivamente este nuevo coronavirus fue creado en un laboratorio. Pero en el proceso de desacreditación a China, apareció también la posibilidad de que un laboratorio estadounidense y uno canadiense podían estar implicados al haber aportado en los estudios que crearon el virus nuevo. Pronto la teoría de la conspiración perdió credibilidad y fue descartada entre otras cosas, porque los estudios del genoma del virus, al comparárselo con virus similares como el SARS-COV-1, el MERS y otros Coronavirus de murciélagos, mostraron que el genoma era muy similar, sin indicios de haber sido manipulado genéticamente; en conclusión, el virus es de origen natural.
Instaurada la pandemia, se provocó un colapso de los sistemas de salud mundiales. En mayor o menor grado, se tuvo que improvisar hospitales y construir nuevos, planificar la aparición de una oleada de enfermos y muertos antes no vista, producida por un bicho terrible. Pronto surgieron las soluciones terapéuticas formales: hidroxicloroquina, antivirales, antinflamatorios, anticoagulantes, corticoides, plasma de personas recuperadas y algunas otras.
Los costos altos de los tratamientos formales, así como el acceso limitado a la medicina formal de grandes grupos poblacionales, y la discriminación e inequidad en la atención de salud, volcó a las personas a las medicinas alternativas, a los conocimientos populares, a la pseudociencia y a las prácticas no científicas, con la meta de curarse y salvar la vida.
En el Ecuador esto no ha pasado desapercibido. La composición étnica especial de los pobladores del país, así como su comportamiento cercano a la medicina ancestral y a la medicina popular, muestran un incremento en el uso de los saberes alternativos.
La población ecuatoriana tiene un origen trihíbrido: Nativoamericano, Caucasoide y Afrodescendiente. Cada uno de estos grupos tienen diferentes formas de interpretación y enfrentamiento a la enfermedad, y cada grupo tiene diversos saberes sobre el proceso salud-enfermedad, que les hace tener comportamientos diversos. Se ha observado que la distribución de la población a grandes rasgos podríamos afirmar que los mestizos viven principalmente en zonas urbanas del país, mientras los amerindios y afrodescendientes tienden a habitar en zonas rurales.
Los diversos escenarios de vida también están regidos por tradiciones muy arraigadas, que influyen en el acceso a los servicios de salud. Un análisis previo identificó que la población que vive en distritos suburbanos y los chamanes de comunidades indígenas, tienen poca información sobre la medicina convencional, por lo cual derivan sus prácticas a la medicina formal, pero siempre practicando sus curaciones populares y ancestrales. El caso del Covid-19 es especial; al no tener tratamiento efectivo en la mayoría de los pacientes afectados que evaluamos, y que pertenecen a los diversos grupos étnicos, observamos que acuden a las prácticas de medicina alternativa.
En un estudio que realizamos en el Centro de Investigación Genética y Genómica, de la Universidad UTE, aplicando una encuesta de 95 preguntas que incluían datos clínicos, epidemiológicos y manejo de la enfermedad, incluyendo prácticas alternativas, encontramos información muy curiosa:
Entre otras variantes llamativas, está que el contagio de la enfermedad se la asocia con las actividades laborales; 50% de las personas aseguran haberse contagiado en su sitio de trabajo.
Los individuos contaminados mantuvieron su aislamiento solo en el 30% de los casos. El 80% de personas infectadas siguieron los tratamientos de la medicina formal, pero el mismo porcentaje acompañó estos tratamientos con medicina alternativa.
Dos casos que evaluamos no siguieron el tratamiento formal y sí tratamientos alternativos.
En nuestra muestra, el 1,66% de pacientes falleció.
Las personas encuestadas además refieren que las prácticas alternativas surgen de saberes ancestrales que se pueden resumir en las siguientes:
Las vaporizaciones con eucalipto realizadas con diferente frecuencia, según se tratara de prevención o curación. Es llamativo que el eucalipto se utiliza de maneras diversas según el tipo de hoja, seguramente respondiendo a las especies de eucalipto presentes en Ecuador. Este árbol no es ancestral, fue introducido a finales del siglo 19.
La ingesta de infusiones en aguas de diversas plantas, hojas y flores, responde a una tradición arraigada a la cura de enfermedades. Específicamente para el Covid-19 se estableció que los componentes claves son jengibre, miel y limón, principalmente. Aunque se habla de medicina ancestral, es llamativo que el jengibre introducido tardíamente en el Ecuador, no es por tanto ancestral, pero se lo asocia a la medicina tradicional indígena; se atribuye al jengibre el beneficio de aliviar las náuseas, el mareo, el dolor, mejorar la digestión y combatir una gripe o los síntomas parecidos que produce la Covid, entre otros. En Ecuador este tallo subterráneo de origen asiático se cultiva en zonas húmedas tropicales y subtropicales desde hace 20 años, aproximadamente.
A la miel de abeja se le imputa la propiedad de aliviar el cansancio, la tos y el dolor de garganta.
El limón es considerado un medicamento más que un alimento; estimula el sistema inmunológico, acidifica el cuerpo, ayuda a la digestión y depura el hígado; hace parte de muchas combinaciones de bebidas frías o calientes con aplicación médica. El uso de limón se ha visto reemplazado por la vitamina C en altas dosis vía oral, con el mismo criterio de defensa ante la infección, encontrado como práctica común en nuestro estudio.
La planta borraja en infusión con jugo de limón y miel de abejas facilita la expectoración y alivia los resfriados y la gripe. Hay testimonios del uso en la sierra ecuatoriana para problemas respiratorios.
Otras infusiones usadas provienen de la manzanilla, la hierba Luisa y la cascarilla. Ésta última es muy especial, ya que constituye la base de la quinina, y como el conocimiento popular acrecentó el uso de antimaláricos (hidroxicloroquina) para el tratamiento, las personas asociaron su uso a tratamiento y curación de la Covid-19.
A pesar, de los riesgos de toxicidad que conlleva el dióxido de cloro, este fue tratamiento constante y alternativo dentro del personal de salud que participó en nuestro estudio. Pese a la prohibición del Ministerio de Salud Pública del Ecuador sobre el uso de este químico, las personas refirieron tener una esperanza en este producto. Hay un manejo “subterráneo” del dióxido de cloro, incluso por receta de cierto personal de salud, que afirman que, según la dosis, puede servir como preventivo o tratamiento con síntomas medio o graves, aun para niños.
Aproximadamente un 5% de personas utilizaron también el antiparasitario Ivermectina. Hay alguna publicación científica que hacen referencia a su efectividad contra el virus.
Sobre la vacuna, la encuesta reflejó la rusofobia. Las personas, en su mayoría, no desean vacunarse con este producto por su origen. Preferirían una vacuna de occidente. También hay desconfianza en la vacuna China. De todas maneras, en los testimonios al momento de realizar las historias clínicas, todos los entrevistados dijeron estar ansiosos y esperanzados en que los científicos encuentren una vacuna lo más pronto posible y así poder volver a la vida normal.
Finalmente, la búsqueda de apoyo en la religión como esperanza de curación y de ausencia de contagio, se evidenció en el 90% de los individuos entrevistados.
Las prácticas alternativas de tratamiento y de prevención de contagio, son una conducta común en las sociedades. El alejamiento de la pseudociencia es más fuerte en las sociedades con más acceso a información científica confiable. El uso de redes sociales de manera no selectiva es una problemática potente el momento de la toma de decisiones terapéuticas o de medidas de control de la población no científica o con pobre comprensión de la ciencia formal.
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